Se suele decir de forma acertada que el hogar de un ministro es o debería ser su primer “campo misionero”. Leyendo un poco sobre la historia de la iglesia, observamos como los puritanos enseñaron que las “casas son pequeñas iglesias” que todo cabeza de familia debe saber gobernar. Y sin ir más lejos, la Biblia enfatiza mucho la importancia de la educación teológica en el hogar ya desde el primer libro, la Torah o el Pentateuco:
“Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas” (Dt.6:6-9 RVR60).
Tal tarea no era una opción, ni tampoco un hábito o una práctica que se limitaba en principio a las familias más consagradas, como era el caso de las sacerdotales; sino un mandamiento (“yo te mando hoy…”) para todos aquellos que permanecían fieles al pacto que Dios había hecho con Su pueblo escogido, tanto hebreos como extranjeros (Is.56:3 comp. Hc.8:27)
Y tal estatuto de la Ley de Dios sigue vigente para el real sacerdocio de Cristo, Su iglesia, y es asimismo presentado por el apóstol Pablo como parte de un perfil para todo aquel que ha sido llamado a apacentar la grey del Señor:
“que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?) (1 Ti.3:4-5 RVR60)
“el que fuere irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía.” (Ti.1:6 RVR60).
Ahora bien, lo primero que debe señalarse es que, tanto en esta primera epístola de Timoteo (3:1-7) como en la de Tito (1:5-9), se trata de un “perfil” para el ministro y no de “condiciones absolutas”. Solo nuestro Señor Jesucristo cumplió con cada requisito siendo “irreprensible” durante toda su vida y ministerio, a pesar de las continuas calumnias a las que se veía expuesto por parte de los religiosos y las autoridades superiores de su época.
Sin embargo, para que un obispo sea aprobado por Dios y por la iglesia que pastorea, debe identificarse con tales condiciones en la mayor medida posible y tener presente que, pasar por alto alguno de estos puntos, lo descalifica para llevar a cabo tal labor (comp. 1 Co.9:27). Como es el caso del primero (seguramente colado en ese lugar por su grado de importancia): “marido de una sola mujer” (1 Ti.3:2; Ti.1:6 RVR60), es decir, “casado una sola vez”. A pesar de que este versículo puede dar lugar a más de una interpretación (como una advertencia contra la poligamia o la infidelidad conyugal), mi punto en este breve escrito se enfoca no en la esposa del obispo sino en sus hijos.
¿Puede un hombre pastorear una iglesia si sus hijos no han evidenciado “frutos dignos de arrepentimiento”? O planteado de otra manera: ¿debería un pastor dejar su cargo si sus hijos no viven una vida de sumisión genuina al Señor? La respuesta a simple vista es clara, y los motivos son expuestos por el apóstol en ese mismo párrafo:
“… (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?)” (1 Ti.3:5 RVR60).
Una lectura superficial conduce al lector a conclusiones superficiales: “Si no es capaz de gobernar las pocas personas que viven bajo su techo… ¿Cómo podrá pastorear las cientos o miles de almas que supuestamente Dios le ha delegado para su cuidado?”, se suele argumentar.
No obstante, este requisito también es presentado en la otra epístola pastoral, la de Tito, con un pequeño detalle que demanda una interpretación más cuidadosa y profunda:
“… y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía.” (Ti.1:6 RVR60).
Prestemos atención al adjetivo que acompaña a la palabra “hijos”. Pablo no expone como requisito de un pastor o anciano que sus hijos sean “convertidos”, sino “creyentes”. La palabra en griego para este último concepto es “pistos”, y en otros versículos aparece traducido como “fieles” (véase 2 Ti.2:2). Ahora la pregunta es: ¿creyentes o fieles a Dios?
En el caso de aceptar como dogma “hijos convertidos”, el pastor estaría obligado a “ganarlos para Cristo” (como se suele decir en la “jerga cristiana”), para entonces poder ejercer su labor pastoral. Así pues, Él sería responsable de si ellos nacen de nuevo o no, cuando en realidad se trata de una obra que solo está en manos del Señor (véase Jn.3:8). No hay don que un ministro pueda recibir para convencer o redargüir de pecado. ¡Solo Dios puede salvar a un pecador! ¡Y solo el Espíritu Santo puede convencer a alguien “de pecado, justicia y juicio”! (véase Jn.16:8).
Por lo tanto, el texto de Tito hace referencia a “hijos creyentes” que son “fieles” a sus padres y no a Dios. Es decir, sumisos a la fe y principios enseñados en casa a pesar de que no hayan experimentado una convicción espiritual sincera. Se trata simple y llanamente de un respeto y obediencia hacia la fe que profesan sus padres mientras convivan en ese mismo hogar. De ahí que el texto está enseñando sobre “hijos no convertidos”, de lo contrario el texto de Tito no recalcaría vicios como la “disolución” o la “rebeldía, pecados que no son comunes en un hijo de Dios y si en aquellos que viven una vida desenfrenada ajenos a la piedad (comp. 1 Pe.4:4).
Así que, el mandamiento para todo aquel que “anhela obispado” (1 Ti.3:1), es una mirada retrospectiva a la Ley de Dios (Dt.6:6-9), donde la educación bíblica es un deber para toda familia de la fe. ¡Y cuanto más un pastor! No solo deber orar para la salvación de sus hijos, como en el caso de Pablo por los de su nación (véase Ro.10:1); sino también encaminarlos en la “fe no fingida”, como fue el caso de Loida y Eunice con el joven Timoteo (véase 2 Ti.1:5).
La palabra griega que el apóstol usa en Timoteo para “gobernar” es “proistemi”, que en su traducción no transmite la idea de una posición de gobierno autoritario, sino más bien de “guiar, conducir y dirigir” (véase Ro.12:8; 1 Te.5:12; 1 Ti.5:17). Ambas porciones de la epístola (1 Timoteo y Tito) señalan la importancia de la instrucción familiar, y no la salvación personal.
En resumen, el perfil presentado por el apóstol va más allá de un requisito pastoral, abarca de manera general la autoridad y enseñanza bíblica de padres y madres para criar a sus hijos “en disciplina y amonestación del Señor” (véase Ef.6:4). Y solo entonces será válido el veredicto planteado anteriormente: si no es capaz de educar a sus hijos en las verdades básicas pero trascendentales de la Palabra de Dios… tampoco será apto para hacerlo con la iglesia del Señor.
Oramos por todos aquellos ministros que aún luchan con la indiferencia y rebeldía de hijos que no “han abrazado” el pacto que Dios ofrece por medio del bendito evangelio. Querido pastor, ¡no pierdas nunca la esperanza de verlos caminar tomados de la mano del Señor! Sin lugar a duda, creo firmemente que éste es el deseo cualquier padre, y mucho más de un anciano o un pastor.
Pero tampoco olvidemos de hacer de nuestros hogares, en palabras del profeta y de Jesús, “casa de oración”. También es el deseo y la voluntad de nuestro Padre celestial. Que todo aquel que ha sido llamado al ministerio pueda decir: “…pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jo.24:15).
Raúl Abraham (Profesor SBF ESP)
excelente estudio, de mucha ayuda