Estamos en vísperas de un nuevo año, 2019 para ser más exactos. Finales de diciembre suelen ser los días marcados en los calendarios cristianos para pronosticar el “horóscopo” (palabra rhema en la “jerga evangélica”) que marcará el rumbo en los próximos doce meses. En diferentes redes sociales afloran “declaraciones de fe” tales como:
Año de la conquista.
Año de la multiplicación.
Año de la restitución.
Año de la cosecha.
Año de cielos abiertos.
Etc.
Seguramente serán similares a las del 2020, 2021 y así sucesivamente. Solo hay que prestar atención a lo publicado en dichos muros un año atrás. Cambian las palabras pero no la ambición o el deseo de bienestar personal.
Rara vez se leerá que el próximo año será de renuncia, persecución, pruebas o todo aquello que conlleve a la auto negación del individuo. ¿Para que? Eso es para personas conformistas con poca fe. Mediocres con una escasa visión de reino. Creyentes con una actitud pobre y negativa de la vida.
Y es justamente en estas últimas circunstancias que vivían los miembros de la iglesia fundada por el apóstol Pablo en la ciudad de Tesalónica, quienes “recibieron la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo” (1 Te.1:6).
Para éstos santos, el año 52 (fecha en la cual fue escrita la carta aproximadamente) no estaba siendo necesariamente un año de progreso y prosperidad personal. Esto a pesar de haber manifestado un compromiso genuino con la obra del Señor, tal y como se puede observar en el desarrollo de todo este capítulo uno. Sin dudas que cualquiera de los “gurús” de hoy en día, que viven en una “cuarta dimensión del espíritu”, osaría cambiar las circunstancias presentes con una “poderosa declaración positiva”.
Ahora Pablo, informado por Timoteo (1 Te.3:6), les escribe durante su segundo viaje misionero desde la ciudad de Corinto. Hay problemas doctrinales que corregir (escatológicos en gran medida). Pero también hay puntos que valorar. En mi opinión, el más destacable entre ellos lo encontramos al final del capítulo:
“porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para SERVIR al Dios vivo y verdadero, y ESPERAR de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1 Te.1:9-10)
Las pruebas y tribulaciones vividas no les privaron de ser “ejemplo a todos los de Macedonia y de Acaya que han creído” (1 Te.1:7). Por ello quiero subrayar dos verbos que sirvan como “referentes” en este nuevo año que se aproxima:
# 1 SERVIR
“Una iglesia que no sirve al Señor ha perdido su MISIÓN en esta tierra”
La herramienta que no se usa, se oxida. Lo que no se mueve, se muere. La sal que no sala, no sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.
Si algo caracterizaba al apóstol Pablo, era su entrega total e incondicional al reino de Dios. Los tesalonicenses son testigos de primera mano (1 Te.1:5), y como buenos discípulos fueron imitadores de ello (1 Te.1:6).
Pedro también nos enseña que el buen administrador no es el más capacitado, sino aquel que pone dicha capacitación (don) al servicio de los demás (1 Pe.4:10). Aquel que se reviste de humildad (1 Pe.5:5), en griego literalmente “se ciñe el delantal”.
Jesús, antes de ser entregado, les mostró a sus discípulos el camino para ser grandes en el reino de Dios mientras éstos debatían sobre este mismo asunto (Lc.22:23). Tomó una toalla y un lebrillo con agua (Jn.13:4-5) y… ustedes conocen el final: las manos que crearon el universo… lavaron los pies de unos simples mortales.
El servicio es una de las principales virtudes que Pablo destaca en esta joven congregación de santos. Tres semanas (Hc.17:2) bastaron para entender que la iglesia que no sirve, al igual que la sal que se desvaneciere, no sirve.
# 2 ESPERAR
“Una iglesia que no aguarda la venida del Señor ha perdido su VISIÓN en esta tierra”
Alguien dijo: “si tu futuro es claro (visión), tu presente será ordenado (misión)”. No conocer con claridad y precisión la profecía bíblica nos puede llevar a vivir “desordenadamente” tal y como podemos corroborar en la segunda carta (2 Te.3:6). Por supuesto que en este caso presentado, la causa había sido el breve tiempo que Pablo había estado entre ellos, y no la pereza a perseverar en el estudio a todo lo relacionado sobre este tema.
Hoy en día se celebran muchos seminarios de emprendedores cristianos, pocos sobre el destino de los mismos. ¿El resultado? Una iglesia que ha llegado a amar tanto este mundo que paradójicamente no quiere irse. “¡Todavía hay mucho por hacer!”, afirman una y otra vez. Y de esta manera distorsionan (inconscientemente en muchos casos) el verdadero significado de centenares de textos de carácter escatológico.
El “aliento” de Pablo para esta congregación no consistió en profecías huecas y humanistas de prosperidad material, sino más bien en eventos que no dependen del esfuerzo y la suficiencia de la propia iglesia (1 Te.4:18). El arrebatamiento fue el tema central para defender tal clase de doctrina y pensamiento (1 Te.4:13-17). El regreso del Novio por su amada debía ser para ellos un motivo de consuelo en medio de tanta aflicción, y no una vía de escape como algunos erradamente lo interpretan.
Los tesalonicenses así lo entendieron, y fue precisamente ahí donde estuvo fundamentada su “constancia” (1 Te.1:3). Estaban tan enfocados en ello que, inconscientemente, habían descuidado asuntos personales que el apóstol tuvo que corregir como solía hacerlo también en las otras iglesias (1 Te.4:11-12).
En ningún momento esta esperanza los privó de servir a Dios, sino todo lo contrario: encontraron en estos dos verbos (servir y esperar) la combinación perfecta para vivir “por” y “para” el evangelio. Servían con la intensidad que conlleva pensar que el Señor podía volver en cualquier momento. No había tiempo que perder. Decisiones que postergar. Debates absurdos que resolver. Solo servir y esperar…
CONCLUSIÓN
De esto se trata justamente la misión y visión de la iglesia. Si fuésemos capaces de estudiar cuidadosamente cada una de las epístolas neo-testamentarias, llegaríamos todos a una misma conclusión: la fe y la esperanza de la iglesia primitiva no estaba en que las cosas mejoren en esta tierra, sino más bien en “alguna cosa mejor” (He.11:40).
Lee el capítulo once de Hebreos detenidamente y lo descubrirás. Serás también llamado un “Héroe de la Fe” si te atreves a vivirlo en carne propia durante el 2019 que se aproxima. La nube de testigos y la iglesia en Tesalónica nos muestran el camino correcto…