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  • Pedro David Álves

El MAYOR de los OBSTÁCULOS


...no sé entonces qué escoger.

Filipenses 1:22

Pablo escribió a los filipenses después de casi cuatro años de encarcelamiento injusto. En lugar de escuchar quejas y lamentos encontramos más de dieciséis veces la palabra “regocijo”, o alguna de sus formas. Pablo sabía que no le sucedería nada que no fuera permitido u ordenado por Dios.

Por una parte, poseía la esperanza de poder salir libre y continuar trabajando para Cristo fuera de la cárcel, pero por otra estaba dispuesto a terminar sus días como mártir por causa del evangelio. Si el apóstol seguía vivo, deseaba que su vivir fuera Cristo. Su vida había encontrado todo su sentido en Jesús. Su vivir no era el dinero, ni la fama, ni el poder, ni los amigos, ni aun su libertad. Buscaba “primeramente el reino de Dios y su justicia”, y sabía que todo lo demás vendría por añadidura.

En el primer capítulo de esta carta, Pablo deja ver su lucha entre el “deseo de partir y estar con Cristo”, lo cual era “muchísimo mejor” y su disposición a “quedar en la carne” para beneficio de la obra y de los creyentes. No tenía miedo a la muerte, la consideraba la entrada a todo lo que Cristo tiene preparado para sus siervos fieles. De hecho, pensaba que era muchísimo mejor partir y dejar de ser víctima de la prisión, la enfermedad, el dolor, la persecución y la injusticia humana. La muerte para Pablo era ganancia. Pero su disposición y obediencia a someterse a la voluntad divina se refleja al aceptar su permanencia en esta tierra, en el caso de que su vida pudiera beneficiar al crecimiento de la obra y a la edificación de sus queridos hijos espirituales.

El apóstol estaba enfrentando un gran dilema, vivir o morir. Al enfrentar este dilema, manifiesta sus dudas sobre qué escoger. En realidad, Pablo está enfrentando el mayor de los obstáculos que tendrá que superar todo aquel que quiera seguir a Jesús. Ser capaz de sacrificar su propio deseo para hacer la voluntad de Dios.

De los enemigos que más se oponen a que hagamos la voluntad de Dios, podemos señalar sin temor a equivocarnos a los deseos propios. A diario debemos enfrentarnos al dilema de satisfacer nuestros deseos o hacer la voluntad de Dios. Para hacer la voluntad de Dios, algunas veces tenemos que sacrificar nuestros deseos, aunque estos no sean precisamente malos. Aprendamos pues de Pablo a sacrificar nuestros deseos para hacer la voluntad de Dios.

Pedro David Alves

(Profesor, SBF ESPAÑA)


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